Por Adriel Gentil
(Becario doctoral del Laboratorio de Anatomia Comparada y Evolución de los Vertebrados del MACN)
En la actualidad solo existen dos especies de esfenodontes o tuataras Sphenodon punctatus y Sphenodon guntheri, las cuales solo viven en algunas islas menores de Nueva Zelanda. Estas especies relictuales de esfenodontes son un misterio hasta hoy en día, ya que son los únicos representantes vivientes de un linaje muy diverso y antiguo, con una historia que se remonta hasta mas de 200 millones de años atrás.
En la antigüedad, los esfenodontes se encontraban dispersos por todos los continentes (con excepción de Antártida). El registro fósil en Sudamérica abarca desde el Triásico superior (210-200 millones de años), cuando los primeros dinosaurios aparecían, hasta el Paleoceno (65-60 millones de años), justo después de la extinción de los dinosaurios.
En febrero del 2018, en una campaña realizada a Rio Negro se realizó el increíble hallazgo de una nueva especie de esfenodonte denominada Patagosphenos watuk. Además de ampliar el registro fósil para este grupo, estudios detallados de la estructura ósea interna de Patagosphenos les permitió a investigadores del MACN desvelar un misterio relacionado con los esfenodontes. La adaptación al frio de los tuataras actuales ¿era algo ya presente en sus ancestros o fue una característica adquirida a lo largo del proceso evolutivo?
Los estudios paleohistológicos permitieron ver que Patagosphenos watuku presentaba un crecimiento cíclico, asemejándose a lo que se vería en un corte de un tronco, con anillos concéntricos. Cada anillo representa aproximadamente un año, por lo que se puedo calcular que la edad del individuo era de aproximadamente 18 años.
Además de esto, se pudo ver que la corteza del hueso era relativamente gruesa, comparada con la de otros reptiles, lo cual favorece la supervivencia en climas fríos, pero no solo eso. Estudios recientes en mamíferos ha demostrado que el engrosamiento de las paredes de los huesos puede estar relacionado con la actividad fosorial (cavar). Cuánto más gruesas las paredes, mejor resisten los huesos ante el estrés/fuerza que sufre el hueso al cavar. Es de este modo que viendo que un patrón similar ocurre en reptiles actuales, inferimos que Patagosphenos watuku era un animal cavador, fosorial. ¿Qué tiene que ver esto? Debajo de la tierra la temperatura no es igual que en la superficie, es mas constante, por lo que el hábito de vivir en cuevas le pudo haber dado una ventaja a los tuataras prehistóricos al momento de enfrentar el invierno nuclear que ocurrió luego de la caída del meteorito que desbastó a la mayoría de los dinosaurios (porque no hay que olvidar que las aves son los descendientes de los dinosaurios).
A su vez, además de presentar paredes del hueso engrosadas, y muy probablemente un hábito cavador, Patagosphenos presentaba un tamaño bastante grande. Esto también pudo haber sido una “preadaptación” al frío, ya que, al aumentar el tamaño, la relación superficie/volumen disminuye, por lo el calor se pierde en menor cantidad y más lentamente (según la ley de Cope).
Aun más, hay estudios realizados por el Laboratorio de Anatomía Comparada y Evolución de los Vertebrados, del MACN, sobre un ave llamada Vegavis, parte de la familia de los patos. Esta ave también presentaba preadaptaciones a climas fríos, y de los cuales se encontraron restos fósiles post meteorito.
Es por esta evidencia recolectada que nosotros planteamos que, si bien los tuataras previos a los meteoritos no estaban adaptados en si al clima frío (ya que el clima era bastante cálido durante el tiempo de los dinosaurios) sus antecesores presentaban características que, al momento de afrontar las frías temperaturas generadas por la caída del meteorito, le dieron una ventaja, y que esas características perduraron hasta los tuataras de hoy en día.
(Del trabajo participaron Adriel Gentil, Federico Agnolin (investigador), Jordi Garcia Marsà (becario doctoral), Matias Motta (becario doctoral) y Fernando Novas (Investigador).
Reconstrucción de Patagosphenos watuku realizada por Sebastián Rozadilla, becario doctoral del Laboratorio de Anatomía Comparada y Evolución de los Vertebrados del MACN.