No solo el hombre evoluciona: la naturaleza también va cambiando. Hace ocho años, el investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) Gustavo Cabanne se propuso estudiar el devenir de dos de los bosques más importantes de Sudamérica a lo largo del tiempo: los andinos –que ocupan la cara este del mapa de América del Sur, y van desde Colombia hasta La Rioja- y los bosques de la selva atlántica –de los cuales un noventa por ciento se encuentran en territorio de Brasil, y llegan hasta el este de Paraguay y el sur de Misiones-. Pero su interés no estuvo centrado en cómo evolucionaron desde el punto de vista de la vegetación: Cabanne decidió estudiar las modificaciones que sufrieron las aves de esas regiones –cambios en el canto, en la coloración, en la morfología pero sobre todo en la genética-. Observando aquellos cambios en las aves, supuso Cabanne, podría vislumbrar la historia evolutiva de esos bosques.
“Entre estas dos regiones no hay ningún tipo de bosque húmedo que pueda servir de puente o de canal de comunicación. Por el contrario, el clima que se encuentra en el medio de ambos es seco. Sin embargo, es curioso que las dos regiones comparten los mismos organismos. Están los mismos ratones y más de veinte especies de aves iguales. O eso se creía hasta ahora: que eran las mismas especies. Yo decidí centrarme en las aves para reponer cómo fue la historia evolutiva de esas dos regiones”, afirma el científico, desde su oficina en un subsuelo del Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia” (MACN).
Allí, en la Sección de Ornitología, comparte oficina con otros cuatro investigadores, uno de ellos Pablo Tubaro, que además de científico del CONICET es director del MACN y otro de los autores del paper recientemente publicado en la revista Molecular Phylogenetics and Evolution, junto a colegas de Brasil, Bolivia, Estados Unidos y Canadá. Fue en esa oficina donde estos investigadores descubrieron que las aves halladas en ambas regiones del mapa, que históricamente se consideraban de la misma especie, no son en realidad de la misma familia. Lo hicieron analizando muestras de sangre y de músculos de ciertas aves. Lo que encontraron fue que existe “diversidad críptica”, lo que significa que hay linajes únicos de cada región, y que no son todas especies similares, como se creía hasta ahora. “El hecho de que haya diversidad críptica significa que encontramos que lo que inicialmente era una única familia, en realidad son dos o más de dos”, dice Cabanne.
El último caso que confirmaron es el del pájaro Tico-Tico común (Syndactyla rufosuperciliata). Ya habían confirmado, con papers previos, que otras aves -como el Cerquero de Collar (Arremon flavirostris) y el Frutero Corona Dorada (Trichothraupis melanops)- tampoco son las mismas a los dos lados del mapa. “Cuando estudiamos los caracteres genéticos y la estructura genética poblacional de ciertas aves, empezamos a ver no solamente la historia que llevó a su distribución, sino también que en la mayoría de los casos tenemos lo que se llama `diversidad críptica`-explica Cabanne-. En el ave Tico-Tico común, que tradicionalmente era considerada la misma especie en Jujuy, en Salta, en Bolivia, en Misiones, por ejemplo, comprobamos que aunque externamente se vean iguales, no son la misma especie”.
La conexión perdida
La historia de cómo estas dos regiones separadas son tan similares -húmedas y tropicales-, si en el medio de ellas abunda el clima seco, es un misterio que al día de hoy mantiene a la ciencia encendida ensayando hipótesis. ¿Cómo fue que ocurrió que dos zonas separadas pudieran ser tan parecidas? Hay dos posibles explicaciones. La primera, elaborada por un ornitólogo de Córdoba llamado Manuel Nores, plantea que en la antigüedad la selva atlántica y Los Andes estuvieron conectados a través de los bosques de galería del Chaco. Nores sugirió que en un ciclo anterior, cuando el clima era más cálido, esa zona fue más húmeda, lo que favoreció su expansión y generó que la zona se constituyera como un puente para las especies que habitaban ambas regiones. La otra teoría posible es la de un científico brasileño llamado José María Da Silva. Él refutó lo postulado por Nores: planteó que no hay evidencia que bosques se hayan expandido en el pasado. Da Silva aseguró que el contacto entre las dos regiones, en realidad, sucedió a través del norte, por el macizo de Brasilia, hoy devenido en una sabana. Lo que postula Da Silva es que antes de que allí estuviera la sabana hubo bosques húmedos, que se secaron por los cambios climáticos cíclicos, pero que funcionaron como un puente para las especies.
“Los papers de hoy en día sobre el tema trabajan evaluando las dos opciones, tanto el contacto vía Chaco como el contacto vía cerrado por Brasil. En nuestro paper de tico-tico, se soporta mejor la hipótesis del contacto vía cerrado. Es decir que nuestra investigación se vincula mejor con la hipótesis diseñada por Da Silva”, explica Cabanne. Lo que no significa que el misterio esté clausurado: simplemente, hay más evidencias de que esa hipótesis podría ser la más cercana a la historia evolutiva de la región.
Otra de las variables que los científicos están evaluando es en qué medida estos dos grandes biomas, que hoy están aislados, podrían funcionar a largo plazo como un sistema de refugios selváticos para las especies. “Es decir, lugares en donde las especies se puedan llegar a refugiar con el frío, para después volver a salir. Hay que tener en cuenta que la selva atlántica está muy degradada: hoy en día hay menos del 10% del territorio que ocupaba originalmente”, advierte Cabanne. “Nuestra investigación también sirve para conocer mejor nuestras especies y aplicar políticas de conservación. Si no sabemos qué especies tenemos, es más difícil. Si sabemos que los organismos no son los mismos, los conservaremos mejor”.
Con los resultados genéticos de las poblaciones de aves que van obteniendo, Cabanne tiene esperanzas. “Estamos encontrando niveles de diversidad críptica muy altos en estas zonas”, asegura. También resalta que el hecho de que aparentemente las especies no hayan pasado por Chaco, revaloriza ese bioma y hace que la región del Chaco sea aún más única. Y agrega: “Vamos a seguir estudiando cómo evolucionaron las aves, cómo reaccionaron a los cambios ambientales, geológicos y de distribución. Y quizás, en diez años, la ciencia llegue a decir que en Argentina tenemos diez nuevas especies de animales”.
Cabanne también menciona que esta meta anterior es suya y de los otros miembros de la División de Ornitología, como ser Yolanda Davies y Darío Lijtmaer, y que sin la contribución de ellos su trabajo no sería posible.
Para acceder al paper:https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S1055790318302847
Por Cintia Kemelmajer
FUENTE: CONICET