FÓSILES, LEYENDAS Y PUEBLOS ORIGINARIOS
Sin dudas, la paleontología o la arqueología moldean la forma en la que pensamos y entendemos el presente a partir del conocimiento del pasado, y esto surge, entre otras cosas, a partir del descubrimiento y análisis de fósiles.
Pero ¿qué pasa con ellos cuando intervienen en culturas que no los estudian como lo hace la ciencia moderna?
En la cultura popular, los fósiles ocupan una parte importante de lo que se llama la “paleontología popular” o el “folclore paleontológico”: interpretaciones, creencias, relatos legendarios y usos populares de algunos fósiles. Por ejemplo, griegos y romanos buscaban, estudiaban y escribían acerca de sus descubrimientos de restos fósiles, y concluían en un buen número de imaginativas interpretaciones. Se cree que el gigantesco cíclope Polifemo, que atacó a Ulises en la famosa Odisea de Homero, estaría basado en los hallazgos fortuitos de cráneos de antiguos elefantes en las islas mediterráneas.
Fósiles, folclore y Sudamérica
Aunque Europa está plagada de ejemplos, en América del Sur es muy poca la documentación acerca de la relación cultural entre los pueblos originarios y los restos fósiles. Un estudio reciente en el que participa Federico Angolín, investigador en nuestro Museo, compila una gran cantidad de información sobre esta temática, con énfasis en la Patagonia y en las pampas bonaerenses.
Al sur de Argentina, la utilización de fósiles como medicina era bien conocida por los pueblos originarios. Varios investigadores, hasta bien entrado el siglo XX, indican que los huesos fósiles eran raspados y dados de beber con agua a los niños, de modo de hacerlos sanos y fuertes e incluso para sacarles el miedo, lo cual constituye un paralelismo muy interesante a lo que ocurre en Europa y Asia, en donde los restos de “dragones” fueron usados de la misma manera.
Posiblemente los primeros registros detallados de la relación entre los seres humanos y los fósiles en Patagonia se encuentren en los escritos del explorador Francisco P. Moreno. Allí, por ejemplo, cuenta que los pobladores afirmaban que en una excavación natural del río Negro habitaba un animal extraño de gran talla, cubierto por una gruesa cáscara, que solía robarse mujeres y que gruñía y tiraba rocas a quien se acercaba a su cueva, por lo que los transeúntes evitaban el lugar. El Elungasúm (escrito de diversas maneras y también conocido según la región como Yieklón, Okempane, Ookpe, Ookumpanu, Yicelúm), presenta características diferentes según la zona y los relatores.
A pesar de la gran disparidad en los relatos, la mayoría lo define como un animal de gran tamaño que caminaba como un chancho (es decir, era cuadrúpedo) y tenía caparazón como los armadillos. Su cuerpo (especialmente su caparazón) estaba hecho de piedra dura y cubierto de tosca, de hecho era capaz de petrificarse. Era considerado por algunos como protector de los animales o dueño del viento, y por otros un ser capaz de raptar mujeres y niños, y de alejar intrusos arrojando piedras.
Debido a su andar cuadrúpedo y su coraza como la de un armadillo, el Elungasúm posiblemente fue inspirado en los gliptodontes o incluso en los perezosos terrestres gigantes del género Mylodon, ambas especies que se habrían extinguido a fines del Pleistoceno, hace unos 10.000 años antes del presente. De acuerdo a esto, se cree que su leyenda habría llegado hasta nuestros días a través de historias de tradición oral desde aquellos tiempos.
Saberes heredados que se convierten en leyendas
El Elungasúm no es el único ser mitológico de nuestro sur argentino: en la provincia de Santa Cruz se menciona también al Iemish, bestia que, según los pobladores locales, vivía en abrigos rocosos, poseía hábitos nocturnos, eran muy fuerte -mayor que un puma- y con enormes colmillos y garras. Los Iemish eran tan temidos que cuando aparecían en algún lugar, los pobladores lo abandonaban. Según los ancianos, en la antigüedad eran comunes y tuvieron una extensa distribución geográfica.
La convivencia por varios miles de años entre el ser humano y la megafauna tuvo que implicar un gran número de vivencias y saberes acumulados que pudieron quedar grabados en la narrativa tradicional, transformándose a lo largo de las generaciones hasta el siglo XX en mitos y leyendas.
Así, nos encontramos también con el mito del diluvio universal entre las memorias Tehuelches. Es posible que esto se base en la observación de conchillas fósiles (posiblemente de más de 65 millones de años) a lo largo de la cordillera andina en Patagonia, y la leyenda de antiguas serpientes gigantes sea el resultado de observaciones de columnas vertebrales fósiles de reptiles marinos e incluso dinosaurios, que son muy frecuentes a ambos lados de la cordillera.
No puede descartarse que las narraciones sobre estas criaturas, junto con otros elementos de la tradición oral, pudieron producirse o modificarse ante el hallazgo de restos de fósiles de estos u otros animales tan frecuentes en la región en que se desarrollan estas historias. Los relatos orales de nuestras Pampas y Patagonia pueden reconocer antecedentes tanto en memorias originadas en la convivencia con megafauna finipleistocénica, como en el hallazgo periódico de restos fósiles, todo ello combinado con relatos previos y nuevas creaciones.
Así, una vez más valoramos la importancia de la convivencia entre los saberes populares y la ciencia actual, para fortalecer el conocimiento de nuestro mundo.